martes, 5 de noviembre de 2013

GABRIELA ABIGAIL COCA < ENTREVISTA DE CAMPO>

Las técnicas más utilizadas en antropología social son el análisis documental, la observación participante, las entrevistas individuales y grupales, el método biográfico, el método genealógico y de redes  y las técnicas de análisis del discurso.
Los instrumentos de investigación en antropología social, así como en el proceso etnográfico dentro del cual se insertan, tampoco se han dejado de hacer alusiones a la manera en que deben ser abordadas las diferentes técnicas: reconociendo su carácter interdisciplinar, considerándolas situaciones sociales que el investigador crea (y/o aprovecha) para los propósitos de la investigación, abogando por una combinación de las mismas capaz de desvelar aspectos diversos de un mismo fenómeno sociocultural, enfocándolas como herramientas polivalentes que -dentro de los límites marcados por su propia idiosincrasia- pueden destinarse a conseguir objetivos de investigación distintos, teniendo en cuenta la clase de datos que pueden ser producidos por cada una, y sirviéndose de ellas en unas condiciones en que se les pueda extraer sus máximas potencialidades.
 Aunque sea de una manera forzosamente resumida y limitando mis comentarios a sólo un par de casos, voy a detenerme ahora a exponer algunos de esos pormenores, empezando por retomar ciertas cosas ya dichas sobre los grupos de discusión. Éstos -como comenté más atrás- permiten conocer cómo son (en cuanto a estructura y a contenido) y cómo se originan interactivamente las representaciones sociales sobre un asunto propuesto por el investigador; unas representaciones que tienden a concordar -como también sugerí- con las que son predominantes en los sectores socioculturales de los que forman parte los que participan en ellos (las de su clase social, su género, su etnia, su profesión, etc) De este modo, son especialmente útiles cuando existen representaciones divergentes o, al menos, diferentes en torno a un mismo tema, y se busca estudiar -dentro de una situación controlada- a qué sectores corresponden, de qué modo se configuran dialécticamente entre sí y cuáles son las líneas de consenso que se insinúan. Los grupos de discusión no hacen sino reflejar una sociedad y una historia; y tanto es así que cuando una determinada representación ha conseguido hacerse general a todos o a casi todos los sectores de la sociedad (como ocurre actualmente en España con las que se refieren al sida o al consumo de drogas, debido -entre otras cosas- a la influencia machacona y homogeneizante de los mass media), los participantes en una sesión de este tipo no tienen pronto apenas nada que discutir, el ambiente se llena de silencios al cabo de poco rato de haber comenzado y las opiniones enseguida se acomodan a la que estaba ya consensuada de antemano por tratarse de la única que goza de 'autoridad' y/o de la única que es 'admisible'. Fernando Conde, un investigador del CIMOP, en una conferencia que tuve la oportunidad de oírle hace unos años, se sirvió de una metáfora que valoro como bastante ilustrativa de lo que quiero expresar. En su opinión, los discursos pueden compararse a la lava de un volcán: empiezan siendo lábiles, móviles, con rumbos cambiantes, cálidos, como la lava recién expulsada del cráter, y terminan -sin embargo- siendo pétreos, inermes, fijos, fríos, como cuando aquélla llega a orillas del mar convertida en arena, momento en el que ya puede ser contabilizada o numerada pero ha perdido irremisiblemente la posibilidad de moverse por sí misma. El proceso de cristalización o de vitrificación de la lava es equiparable, así, al proceso de consensuación/generalización que sufren habitualmente los discursos sociales, de tal manera que, en algunos casos, las entrevistas grupales (aunque se diversifiquen los componentes de las que se diseñen) poco más revelan de lo que ya cabe saber a través de los medios de comunicación de masas y/o de los sondeos de opinión. Ello no significa, desde luego, que en tales circunstancias no puedan realizarse grupos de discusión, la cuestión está en preguntarse si tiene sentido llevarlos a cabo, pues en ellas no encuentran sus mejores condiciones de rendimiento.
Pero si los grupos de discusión posibilitan conocer el contenido, la estructura y el proceso en que se construyen socialmente las representaciones sociales, ¿qué ocurre con las entrevistas individuales? Si se acepta la idea wittgensteiniana de que toda subjetividad es social, no hay ningún inconveniente en recurrir asimismo a ellas para recoger esas representaciones , que además es muy probable que aparezcan entreveradas de confesiones intimistas, así como de unas matizaciones y de unos disensos que difícilmente emergerían en una situación grupal. Ahora bien, hay que tener en cuenta que las entrevistas individuales dan acceso a una información que se halla contenida en la biografía del entrevistado, que ha sido interpretada por él y que será proporcionada, por tanto, con una orientación e interpretación específicas, de modo que -como dice Alonso (1994)- alcanzan su mayor rentabilidad cuando se dirigen a obtener datos sobre cómo los sujetos reconstruyen el sistema de representaciones sociales en sus prácticas particulares; y, en este caso, aquellas interpretaciones, orientaciones o deformaciones son más significativas que la propia 'información'. No obstante, esto es así en tanto en cuanto interese estudiar los discursos en sí mismos, y no la información que contienen, pero hay ocasiones en que ésta y su fiabilidad son igualmente relevantes, sobre todo cuando se busca reconstruir unos acontecimientos o unos sucesos que no pueden ser observados directa o documentalmente por parte del investigador. En resumidas cuentas, considero que los discursos (ya sean fruto de grupos focalizados, de entrevistas individuales y/o escuchados en conversaciones cotidianas mientras se ejerce el rol de observador participante) pueden ser objeto de múltiples usos en la investigación, puesto que múltiples son las dimensiones desde las cuales pueden ser contemplados: un discurso siempre hace referencia a una determinada realidad por muy 'distorsionadamente' que lo haga (dimensión referencial), pero también expresa una subjetividad y una praxis sociohistórica de la que es producto (dimensión expresiva), así como puede producir los propios hechos que enuncia o predisposiciones para actuar de acuerdo con lo enunciado (dimensión pragmática). Centrarse en la dimensión referencial del habla es algo a lo que a veces, como reconocen -entre otros- Taylor y Bogdan (1992: 104-108) o García (1996:11-17), se está obligado cuando 'las descripciones objetivas' que se buscan no pueden ser observadas de otro modo que a través de lo que se habla sobre ellas, bien sea «porque el trabajo de campo es corto, bien porque se trata de comportamientos menos públicos o simplemente porque son hechos de un pasado próximo o lejano». Sin embargo, el investigador no puede pasar por alto que, incluso en este caso, los discursos han sido interpretados por personas que ocupan determinadas posiciones sociales, y que se han producido en unos contextos interaccionales y estructurales específicos. Todo lo cual influye no sólo en la perspectiva desde la cual hablan, sino también en el tipo de información que pueden dar, ya que -por ejemplo- aquellas posiciones condicionan lo que logran saber y de qué manera (de primera mano, de oídas y/o a través de los medios de comunicación de masas), de la misma forma que los contextos tienen incidencia en lo que se dice y no se dice. Nadel reconoce cosas de este género, aunque fijándose en un aspecto diferente de las mismas, en el párrafo que se reproduce a continuación:
«Aun cuando no entremos en la interpretación, y aun cuando el deseo del informador de proporcionar datos exactos y no tendenciosos no pueda ponerse en duda, aún tenderá a comunicar una norma, la plantilla de su cultura y su sociedad, el 'debiera ser' y no el 'es'. No hay que confundir el uno con el otro».
Es cierto que el ser conscientes de todas estas 'interferencias' no nos ofrece ninguna garantía de conseguir neutralizarlas, pues no se dispone de medios para desnudar los discursos de sus 'sesgos'. Con todo, se puede acudir a algunas ideas de carácter práctico para intentar acercarse a unas descripciones lo más objetivas posibles, como aquélla que se fundamente en el presupuesto de que las coincidencias en los datos que brindan varias personas constituyen un indicio de que 'las cosas ocurrieron tal como se cuentan'. Un presupuesto que, si bien es discutible, está en la base de la triangulación de informantes y de fuentes cuando no se tiene más remedio que orientar el discurso al conocimiento de factualidades. Una 'triangulación' que aquí hace las veces de instrumento de 'control' de la veracidad de la información y, por tanto, cumple una función muy distinta de la que desempeña cuando los discursos se quieren encarar como conducta en sí misma, como acción discursiva, esto es, en sus dimensiones expresiva y/o pragmática. En este último caso, las interpretaciones no son tenidas por 'distorsiones' o 'deformaciones', sino por lo que se quiere estudiar, por el propio objeto de estudio, de suerte que la diversificación de informantes se orienta, en cambio, a descubrir el universo del discurso, es decir, el conjunto de hablas sobre un mismo asunto dentro del cual cada una de ellas adquiere su sentido y su estructura. De igual modo, nos encontramos con que, en el primer caso, la moderación tanto de una entrevista individual como de una grupal exige un grado de directividad mucho mayor que el que establecen las reglas habituales para la entrevista semidirectiva y/o los grupos de discusión, que han sido enunciadas sobre todo pensando en el segundo. No cabe duda que, cuando se aspira a reconstruir unos hechos o unos acontecimientos, el investigador tiene que hacer preguntas 'directivas' dirigidas a cerciorarse de la veracidad de lo que se dice, así como pedir que se detallen ciertos aspectos que ayuden a reconstruirlos. En suma, que hasta las propias maneras de interrogar deben adaptarse estratégicamente a los objetivos de la investigación, toda vez que tampoco hay pautas universales válidas para todas las circunstancias.
Con lo anterior no he pretendido asegurar -desde luego- que no existan pautas y que, por consiguiente, no haya que tener en cuenta las que han sido propuestas para la puesta en marcha de las diferentes técnicas de investigación, ya sean de producción, de registro, de organización o de análisis de los datos, sino simplemente poner de manifiesto que cada serie de pautas es apropiada para conseguir unos objetivos distintos y que, por consiguiente, hay que pararse antes a pensar si son las adecuadas para los que cada uno se ha marcado. Pautas se han fijado incluso para la observación participante, en un intento de romper con la imagen -errónea, a mi parecer- de que es una técnica fácil, de que no requiere sino intuición y mirar alrededor del modo en que se hace en la vida diaria. El quid de la cuestión está, entonces, en saber si todo el mundo se ha formado su 'intuición' y 'mira alrededor' de la misma forma, con las mismas pautas. Sin duda, no se pueden establecer separaciones tajantes entre la observación participante y la observación ordinaria, puesto que no las hay, como tampoco las hay entre una reunión, p. e., de los miembros de una asociación y un grupo de discusión donde se discurra sobre parecido tema, o entre una entrevista semidirectiva y la de un católico con su confesor o la de un cliente con su abogado; no obstante, sí se detecta entre ellas una diferencia significativa: sus propósitos divergentes, que son de investigación sociocultural en la observación participante y no así en la observación ordinaria. Por ello es por lo que Spradley (1980: 54-58) considera que el observador participante sigue unas normas que transforman su observación en algo distinto de la realizada por un observador ordinario, en primer lugar, porque -en su opinión- él «no baja la guardia» dando las cosas por supuesto; en segundo lugar, porque presta atención a los aspectos culturales tácitos de una situación social dada; en tercer lugar, porque tiene «una experiencia desde dentro y desde fuera» de tal situación por su doble condición de participante y de observador, es decir, porque enriquece sus datos con estrategias tanto de aproximación como de distanciamiento; y, en cuarto lugar, porque efectúa un registro sistemático de los mismos, tratando de no mezclar en su diario de campo -añadiría yo- las observaciones con las inferencias que extrae a partir de ellas. Se trata, así, de unas pautas -muy generales, eso sí- que se dirían dictadas por lo que en páginas anteriores se ha calificado de 'mirada antropológica', para cuyo seguimiento -además- se debe tener una sensibilidad que necesita ser formada y que, por tanto, no todo el mundo posee.
Pero había empezado este apartado hablando, no de las pautas o de las normas de procedimiento que requieren las técnicas de investigación, sino de la naturaleza de los datos que cada una de ellas produce, así como de las circunstancias en que alcanzan sus mayores potencialidades metodológicas; y discurriendo sobre esto mismo quiero también darlo por acabado. Había indicado, igualmente, que las técnicas cualitativas de producción/análisis del discurso, tales como los grupos de discusión o las entrevistas en profundidad, dan la oportunidad de acceder al contenido y a la estructura de las diversas hablas en torno a un cierto asunto, pero que indefectiblemente quedan encuadradas dentro del ámbito de 'lo que se dice' o de 'lo que se dice que se hace'. Frente a ello, la observación participante da pie para explorar las complejas relaciones que se establecen entre 'lo que se dice', 'lo que se dice que se hace' y 'lo que en realidad se hace', permitiendo -además- observar los ambientes naturales donde acaecen los comportamientos, sin quebrantar tampoco su propia estructura. Y las técnicas cuantitativas, por su parte, obligan a prescindir de ésta, que desaparece detrás de los indicadores y de las preguntas estandarizadas que el investigador se ve obligado a imponer, a cambio de poder contabilizar la distribución de los fenómenos estudiados según distintos factores que se estiman relevantes. Por otro lado, el método biográfico es especialmente idóneo, bajo mi punto de vista, cuando se trata de conocer las condiciones de vida en que se han ido gestando las representaciones sociales y/o las prácticas individuales de un determinado sector poblacional; del mismo modo que el método de redes logra su plenitud cuando se dirige a explicar la conducta de las personas como consecuencia de su participación en relaciones sociales estructuradas, pues no en vano esa participación, o esa pertenencia a unas redes relacionales concretas, puede afectar a sus percepciones, creencias y acciones. Es verdad, como intenté asimismo poner de relieve, que las técnicas son polifuncionales y que, por tanto, si se ponen las debidas precauciones y si no se violenta el carácter de los datos que generan, son susceptibles de ser orientadas a lograr otros tipos de información. Sin embargo, lo que busco resaltar ahora no es esto, sino el hecho de que el investigador debe vigilar la congruencia entre las características de su objeto de investigación (y, en general, del marco teórico y metodológico de la misma) y las cualidades de los datos que son producidos por cada una de las técnicas de las que se sirve para su estudio.
Con el fin de ilustrar -aunque sólo sea- una parte de todo ello, voy a sacar a colación algunos 'fallos' cometidos por dos investigaciones antropológicas que, por diferentes razones, me ha tocado valorar en los últimos años junto a otros antropólogos; el nombre de cuyos autores no desvelaré aquí, sobre todo porque se trata de trabajos que aun no han sido publicados. El primero es una investigación en torno a los modelos culturales sobre la juventud que son manejados por un determinado sector poblacional; y no hay corriente teórica en la antropología que, al menos, no esté de acuerdo en que el mismo concepto de 'modelos culturales' entraña ya la existencia, no sólo de unos contenidos, sino también de unas estructuras específicas. Pues bien, en el trabajo al que me refiero, el único material empírico que se aporta para desvelarlos consiste en los resultados de una encuesta por cuestionario que se había pasado al universo de estudio, con lo cual surge una duda razonable sobre si se había estudiado realmente lo que se creía haber estado estudiando o si, por el contrario, los 'modelos culturales' sobre la juventud habían escapado indefectiblemente al punto de mira del investigador al imponerles, a través del cuestionario, una estructura que no era la suya. En cuanto al segundo trabajo, se trata de una investigación sobre las estrategias desplegadas por los grupos domésticos hortofrutícolas de una cierta zona de España que autocomercializan sus productos. En ella, uno de los principales problemas que se aprecian, en lo que atañe en concreto al abordaje de las estrategias hereditarias, es que se recurre a una técnica y a una fuente, el análisis documental de los protocolos notariales, que no permiten atribuir los datos recopilados a la población a la que -en este caso- se afirma estar estudiando; o, dicho con otras palabras, los documentos consultados en los archivos notariales no dan facilidades para que se sepa si los firmantes de un testamento y/o de unas capitulaciones matrimoniales -por ejemplo- son, en primer lugar, horticultores y, en segundo lugar, si autocomercializan o no los frutos de la huerta, porque es una información que generalmente no aparece en ellos, con lo cual es también discutible que las estrategias hereditarias que se pueden descubrir a partir de dichos documentos sean las propias de la población que se ha delimitado como campo de la investigación. Quiebras de esta u otra índole invalidan a menudo una labor investigadora en la que, a veces, se ha invertido mucho tiempo y mucho esfuerzo, motivo por el cual uno de los quehaceres de cualquier investigador debería consistir en adquirir el hábito de meditar sobre la naturaleza, posibilidades y limitaciones de cada una de las técnicas de investigación a las que pueda echar mano, así como sobre la necesidad de cuidar la coherencia entre éstas y el marco teórico-metodológico de las investigaciones que emprenda.
Sin olvidar, por supuesto, -como he subrayado a lo largo de todo este escrito- que todo ello debe hacerse teniendo en cuenta que cualquier técnica a la que se recurra adquiere características distintivas desde el momento en que su uso se enfoca desde una 'mirada antropologócia' y se inserta dentro de un proceso etnográfico. 

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